martes, 10 de marzo de 2009

Más cavernícolas


Rock, publicidad y tercera vía. No sé si esto puede aportar algo más a la cuestión que manejamos. En cualquier caso, resultan interesantes esas propuestas sobre la lentitud, etc., un punto muy sensible en nuestro devenir de seres civilizados, como sabemos... (claro, claro), y al que se refiere Baricco por oposición.
Mirar las cosas al revés tampoco está de más. Y puestos a ello, quiénes son los bárbaros entonces, me pregunto yo.
Paco

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mas sobre la modernidad, la pérdida del alma, el hedonismo, la velocidad compulsiva y la superficie.

"El filósofo francés Bernard Stiegler define el sistema económico actual como el del capitalismo pulsional, tomando apoyo en los conceptos freudianos. El psicoanálisis ha esclarecido cómo en el ser humano la búsqueda compulsiva de la satisfacción puede llevar a la autodestrucción. El hedonismo es la otra cara de la pulsión de muerte.

Cada vez que sale a la luz un escándalo de corrupción económica, comprobamos cómo se puede pasar del lujo y la ostentación a la cárcel, o del prestigio social e intelectual, como gurú de las finanzas, al rechazo global. Las últimas derivas del sistema económico y las conductas de voracidad de algunos de los tenidos por sus más eminentes gestores, han logrado lo que la izquierda marxista había dado ya por una batalla perdida: que se pudiera llegar a cuestionar, a estas alturas de la historia, el sistema capitalista. Esta es la paradoja: los más fervientes defensores del libre mercado son los que han provocado el intervencionismo estatal.

En cualquier caso, el capitalismo no está en crisis como consecuencia del cuestionamiento político e ideológico de sus enemigos. El capitalismo está enfermo de sí mismo, de su empuje a la autodevoración. El capitalismo de producción admitía la posibilidad de sostenerse en ideales como el progreso material y social, el espíritu emprendedor o la creación de empleo y bienestar. Pero el capitalismo ha mutado y el sistema actual ha roto de modo alarmante el equilibrio entre producción y conservación.

En este recorrido se ha perdido el saber hacer y el saber vivir. El saber hacer porque el saber pasa a las máquinas (quizás lleguemos a comprar coches que no necesitarán que nosotros los pilotemos); y el saber vivir porque el sujeto actual se sostiene en la necesidad del consumo compulsivo, en las conductas adictivas.

La economía libidinal (por usar los términos de Freud) respecto de los bienes y su uso se ha modificado porque la compulsión consumista no es el deseo ni el placer, -que siempre está ligado a la mesura y al límite-, es el empuje a la acumulación de los objetos que propone el mercado ignorando que el deseo no vive de objetos. El sujeto actual, en una especie de bulimia generalizada, consume sin poder parar incluso lo que no necesita para luego vomitarlo, confrontándose al vacío. Cuanto más vacío existencial, más atracón. Por eso se consume también lo que se detesta: la gente cada vez pasa más horas viendo programas de televisión que dice aborrecer. Se intoxican así del opio de sus propias endorfinas y adormecen cualquier deseo que pudiera despertarlos. El empuje al consumo y al éxito material ha destruido el deseo. Antes por el exceso, ahora por la privación.

* Publicado en La Voz de Galicia.es Con la amable autorización del autor.